Ciencia en la vida

Portada del nuevo libro de Pinker.

En mi caso personal, pero creo que perfectamente transferible, Pinker supuso la entrada del método científico en mi vida. Hasta el año 1995, fecha de la traducción (extraordinaria) de El instinto del lenguaje, yo tenía la idea de que el método científico servía para que despegasen los aviones o para cocer un huevo duro perfecto. Pero a partir de ese libro luminoso y radical, donde aprendimos que el hombre segrega el lenguaje como la araña su tela, el método científico se instaló con naturalidad tanto en mi juicio sobre la literatura como en mis opiniones morales o políticas, unos dominios donde hasta entonces había reinado despóticamente la metáfora. Es probable que Pinker no fuera el único intelectual armado de propósitos similares; pero sí fue el que llegó en la circunstancia justa, cuando el mundo ya llevaba unos años derrumbado y cabía la peligrosa tentación de enamorarse obsesivamente de sus ruinas. Su lección llegó, además, a través de una escritura clara y combativa, aunque afable; repleta de empirismo y analogías, cuya cumbre, por ahora, y a falta de la traducción española de The better angels of our nature (anuncia Paidós que a finales de 2012) es La Tabla Rasa, compendio de esa incrustación de la ciencia en la vida a la que me refería, y el mejor ensayo escrito contra el siglo XX. Un libro seminal, cada uno de cuyos capítulos alienta a escribir varios libros más. El dedicado a las Artes, por ejemplo, estuvo probablemente en el origen de la obra maestra de Denis Dutton, El instinto del arte. Y es indudable que estos Ángeles... que ahora se anuncian son deudores del capítulo sobre la violencia cuyo influjo se deja ver también en las obras de Matt Ridley y Mark Stevenson y en el, aún tímido, pero firme optimismo con el que algunas gentes de nuestra época plantan cara a la vida... y al periodismo.